Para acabar con Pasteur. Un siglo de mistificación científica
Conferencia transcrita sobre la 4ª Ley Biológica de la Naturaleza.
Transcrita y distribuida por Loulou Bédard y François Leduc con la autorización de Eric Ancelet
Parte I
Decir que Pasteur se equivocó y que todos los dogmas que erigió son falsos, obviamente, necesita justificación.
Existe, por cierto, para numerosos terapeutas, así como para numerosos pacientes, la evidencia de que la medicina nacida de las ideas de Pasteur, del siglo de Pasteur, es una medicina metida en un callejón sin salida; una medicina que no llega, en absoluto, a la curación global de los seres humanos, es decir, a un bienestar que sea a la vez psíquico, emocional, físico y que permita a los seres humanos seguir evolucionando.
Más allá de este aspecto empírico, es decir, de la toma de conciencia de esta evidencia, esta medicina no cura, no curaba y nunca podrá curar la evidencia ─como mucho, suprime síntomas. Es paliativa pero no sabe generar una auténtica curación, aunque sí producir sumas colosales para los laboratorios. Por encima de esta constatación de base, finalmente, poner en tela de juicio los dogmas pasteurianos es aceptar cambiar totalmente su visión del mundo. Este cambio radical de visión del mundo podemos exponerlo en varios puntos.
Por una parte, preguntarse: ¿por qué Pasteur?, ¿por qué en el siglo XIX pusieron a Pasteur por las nubes y lo consideraron como un salvador?, ¿por qué otros grandes sabios, como Antoine Béchamp, han sido totalmente ignorados?, ¿por qué este siglo XIX, profundamente traumatizado y emocionado, necesitó que un químico como Louis Pasteur se volviera un héroe nacional, un héroe en el sentido mítico, hasta el punto de que, incluso hoy, queda todavía una extraordinaria influencia proyectada? Psicológicamente hablando, es la imagen misma del sabio altruista y desinteresado, vencedor de la enfermedad y, por supuesto, de la muerte, sobre el cual cada uno puede proyectar desde entonces todos sus miedos y todas sus esperanzas.
Paralelamente a esta presentación de Pasteur como hombre, en este siglo XIX −rico en trastornos políticos, económicos y sociales−, habría que presentar, por supuesto, al microbio −y muy particularmente al virus− de manera diferente, con otro enfoque; no más como este ser microscópico extremadamente peligroso cuya única meta sería destruirnos. Presentarlo de manera un poco más neutra si es posible. Neutralidad en la relación, incluso ir hasta sugerir la simbiosis, es decir, exponer la teoría del virus útil.
Frente a estos microbios, a estos virus, se encuentra el sistema inmune. Este sistema siempre se nos ha presentado como un sistema de defensa que debe reaccionar de manera muy agresiva cuando un antígeno extraño para el organismo −como, por ejemplo, un microbio−, se presenta, y cuya sola respuesta posible sería el rechazo sistemático, la destrucción de lo que le es desconocido.
Personalmente, propongo otra versión; la de un sistema inmune como sistema de comunicación muy abierto a todas las informaciones que vienen del exterior, susceptibles de enriquecerlo, de completarlo y de sostener su evolución.
Por último, un cuarto punto. Después de la presentación de Louis Pasteur bajo otra luz posiblemente más auténtica; después de la presentación del virus de manera diferente, más objetiva, o, al menos, más optimista; después de la presentación de un sistema inmune diferente y menos susceptible, menos paranoico; está, por supuesto, el problema de las vacunas. La vacuna, en este nuevo contexto, se torna una agresión pura y dura, con consecuencias dramáticas, sin utilidad inmediata para una salud ya concebida de otro modo, mucho más que una simple ausencia de enfermedad.
Parte II
Decir que el mundo cambió desde hace un siglo es ciertamente una evidencia para cada uno de nosotros y, sin embargo, biológicamente hablando, miramos todavía a este mundo con los ojos de Louis Pasteur o de Charles Darwin.
Es por esto que pretendo concienciar de que debemos cambiar totalmente nuestra visión del mundo, de que debemos evolucionar si queremos comprender el origen y el sentido de nuestro «malestar», de nuestras enfermedades, y curar de verdad. Y para conseguir esta evolución debemos aceptar la necesidad de volver a poner en duda las figuras carismáticas, heroicas y paternales de un siglo pasado, como, por ejemplo, Louis Pasteur.
Esta tarea no resulta sencilla cuando tal personaje ha sido santificado y canonizado por la religión cientista y por el materialismo puro y duro que tuvo su apogeo en el siglo XIX. Por este motivo, en mi obra En finir avec Pasteur, traté de ubicar a Louis Pasteur en el escenario de este siglo XIX que lo vio nacer, en el que hizo carrera y en el que murió.
Estudié entonces la historia del hombre que fue Pasteur. Por una parte, leí biografías oficiales escritas por discípulos y hagiógrafos para los cuales Pasteur queda y quedará como un maestro venerado, un padre, un héroe, un sabio muy grande, en cualquier caso. Por otra parte, estudié trabajos desconocidos concernientes tanto a sabios que le precedieron, como a contemporáneos suyos y a autores posteriores a él, autores que hicieron descubrimientos fundamentales con, evidentemente, otra visión de las cosas, otra visión del mundo −puesto que cada uno ve el mundo a través del filtro de su propio mundo interior, el filtro de sus esperanzas, el filtro de sus miedos.
A algunos de estos sabios e investigadores Pasteur no vaciló en «pillarlos» sin vergüenza, otorgándose el resultado de sus trabajos. Un ejemplo de ellos es el gran sabio ignorado que mencionaba anteriormente, Antoine Béchamp. Por supuesto, debía, de manera paralela, hacer un esfuerzo por comprender lo más profundamente posible, y de una manera totalmente imbricada con la vida del hombre y del sabio Pasteur, cómo fue este siglo XIX; un siglo −como ya he señalado− rico en grandes crisis, en trastornos políticos, económicos, sociales y científicos; un siglo que vio varios cambios de régimen. El primero de ellos fue el del imperio de Napoleón Bonaparte. Pasteur −les recuerdo− nació en 1822 sobre las cenizas de este imperio, ya que Napoleón I falleció en mayo de 1821 en Sainte-Hélène y el padre de Louis Pasteur fue un antiguo veterano del gran ejército. Más tarde tuvo lugar la Restauración. Tras esta, de nuevo el imperio; el golpe de Estado de Napoleón III en 1851. Por último, ya en 1870, la derrota militar; el desastre de Sedán y la difícil y penosa vuelta a la República. Louis Pasteur fue testigo de esta sucesión de dramas, de todos estos cambios políticos con inevitables baños de sangre. Recordemos los levantamientos de 1830 y 1848 en la Comuna de París. Es en este mundo inestable donde hizo carrera y progresivamente se convirtió un sabio de moda, portador de las esperanzas de una Francia ávida de conquista y de honor.
En cuanto a los aspectos sociales y económicos, nos remontamos a la era industrial, de la urbanización, de la industrialización, del nacimiento. El desarrollo del proletariado está estrechamente ligado al del éxodo rural. Se trata de ese proletariado cuyos sufrimientos y miserias fueron perfectamente descritos por autores como Émile Zola. Este siglo fue también el de las conquistas coloniales, el del positivismo y el materialismo científico, el de combatir contra los valores espirituales y religiosos a los que los hombres solían referirse en los tiempos de crisis. Desde entonces, ante los trastornos y las catástrofes de todo género; la guerra exterior y la guerra civil, los levantamientos populares, los cambios de régimen, los golpes de Estado, pero también las epidemias −que todavía están muy presentes al principio del siglo XIX−, harán falta nuevos héroes para reemplazar al guerrero vencido, para reemplazar al hombre de religión apartado por la luz de la razón, a cuyo lado se podía encontrar refugio cuando uno estaba angustiado, perdido, amenazado por todas partes. Y uno de estos héroes circunstancial, posiblemente el más conocido actualmente, fue Louis Pasteur.
Parte III
Pasteur nació en Dole (Francia) en 1822. Entró en la escuela pedagógica en 1843 y terminó en ella una cátedra de física y de química. Por lo tanto, no era médico, aunque revela desde el principio una inmensa ambición, posiblemente ligada a su origen modesto. Lo que sí es seguro, según la información de que disponemos hoy en día, es que falsificó los resultados de sus propios trabajos y que la mayoría de los descubrimientos que le son atribuidos, si no todos, son realmente expoliaciones, hallazgos que robó a numerosos científicos, médicos o veterinarios.
Un dato que se debe tener en cuenta de este siglo XIX, siglo que verá el nacimiento de la microbiología −el estudio de los microorganismos como responsables de las enfermedades e infecciones tanto humanas como animales−, es que la genética y la inmunología son totalmente ignoradas. No se conoce, en absoluto, la función inmunitaria. En relación a la microbiología, Pasteur no descubrió la existencia de los microbios. En cambio, los recupera, atribuyéndose este descubrimiento, y, a partir de ahí, proclama cierto número de pseudo-verdades que serán pronto erigidas en dogmas −en la actualidad totalmente sobrepasados porque son erróneos−.
El primero de estos dogmas dice que nuestro medio ambiente está repleto de microbios −lo cual es cierto− y que estos, o al menos muchos de ellos, son patógenos, es decir, responsables de nuestras enfermedades. Dicho de otra manera, que estos microbios, juzgados sistemáticamente como patógenos, son los únicos responsables de nuestras enfermedades. Lo que se calificó más tarde como ‘terreno’, es decir, la aptitud o inaptitud para aportar una respuesta correcta en el curso de la confrontación con un microbio, no se tiene en cuenta en absoluto; no, todo esto no existe, no tiene ninguna importancia. Se diferencian claramente las diferentes familias de microbios y se considera a algunas de ellas responsables de ciertas enfermedades muy graves. Esto condujo hasta la aberración de querer responsabilizar a algunos microbios, incluso en nuestros días, de enfermedades como la úlcera gástrica, la diabetes y hasta la esquizofrenia. El segundo dogma pasteuriano, el cual se revela totalmente falso, es el que defiende que nuestro medio interior, el interior de nuestro cuerpo, es estéril, aséptico; es decir, que la introducción de un microbio en este medio interior aséptico es anormal y va, entonces, a provocar una enfermedad.
Debemos hacer unas aclaraciones al respecto. En primer lugar, la inmensa mayoría de los microbios no son patógenos; algunos pueden llegar a serlo, tener efectos que consideramos nefastos en ciertas condiciones muy particulares, pero la inmensa mayoría participan de modo simbiótico en el conjunto de los ecosistemas interiores y exteriores, y son, incluso, indispensables para el equilibrio de estos ecosistemas. Por poner un solo ejemplo: sin microbios no habría seres herbívoros, ya que estos digieren la celulosa de los vegetales gracias a su flora simbionte presente en el intestino. Si no hubiera herbívoros, no habría carnívoros, ni animales, pero es que tampoco habría ni humanos. En cuanto al medio interior, hoy en día sabemos perfectamente que todas nuestras cavidades huecas (el intestino, la vejiga, el árbol respiratorio) están pobladas por mil millones de microbios, neutros o simbiontes en la inmensa mayoría. Por lo que respecta a aquellos llamados patógenos, estos son controlados, o deberían serlo, por el sistema inmune. Es más, actualmente sabemos que nuestro material genético, nuestro ADN, está constituido en parte, y quién sabe si totalmente, por ADN de origen microbiano y viral −algo totalmente ignorado en los tiempos de Pasteur, cuando la genética no existía−. Ciertos virus tienen la capacidad −es además su modo de vida más corriente− de incluirse en el genoma y quedarse allí dormidos, inactivos por períodos de duración indeterminada. Es el caso, por ejemplo, del herpes virus o del virus del SIDA. Tal y como podemos comprobar, nuestro medio interior −hasta el interior de nuestras células, hasta esta caja negra que se consideró por mucho tiempo como absolutamente inmutable e intocable, es decir, el núcleo celular con su ADN− este mismo medio interior contiene, alberga y hasta diría que está constituido por microbios.
La asepsia del medio interior es una creencia que hoy está hecha añicos. Querría, por otra parte, precisar aquí, hablando de los dogmas pasteurianos, que la idea que se creó sobre sistema inmune −cuando fue descubierto mucho tiempo después de Pasteur− era forzosamente la de un sistema agresivo de defensa, ya que el microbio mismo era siempre agresivo puesto que el medio interior era siempre limpio y sano. Pues el sistema inmune apareció, desde luego, como una especie de ejército siempre en pie de guerra, siempre preparado para pelearse con el menor microbio extraño que se presentara en las fronteras.
Parte IV
Para volver al siglo en el cual Pasteur vivió su vida, usted observará que esta visión marcial y guerrera del microbio frente al sistema inmune −con esta defensa encarnizada de las fronteras, de las que la inmunidad sería responsable− evoca de manera inquietante la situación política de Francia, confrontada en esta época con la amenaza alemana, justamente con esta derrota dramática de Sedán, en 1870, cuando Francia vio sus fronteras atacadas, pulverizadas, su territorio invadido hasta el corazón.
Trate de imaginar qué visión del mundo pudo tener un sabio y patriota, confrontado con este género de conflicto de territorio, cuando va a observar la enfermedad infecciosa y este microbio, aparentemente, es el único responsable. Es decir, terribles sufrimientos y muy a menudo la muerte, como durante las grandes epidemias. Lo que quería resaltar aquí es la analogía inquietante entre, por una parte, el país confrontado con ataques fronterizos, con pérdidas de territorio en respuesta a una derrota militar que es también una derrota nacional y, por otra parte, la descripción que vamos hacer de la relación con el mundo microbiano y, particularmente, esta relación tensa, excesivamente conflictiva, entre el microbio y el sistema inmune.
El que busca encuentra según sus expectativas, según sus esperanzas y según sus miedos. Describir un fenómeno es una cosa, interpretarlo o explicarlo es otra totalmente diferente. Si en el siglo XIX era aceptable, en efecto, considerar la relación entre el mundo microbiano y el organismo de esa manera simplista, los conocimientos que tenemos hoy en día en microbiología e inmunología y la perspectiva que tenemos después de 100 años de dogmas pasteurianos y de vacunaciones no nos permiten ya conservar, en absoluto, una visión del mundo tan pueril. Tan solo hace falta comprobar que esta manera de ver las cosas no trajo ninguna mejora notable en el estado global de salud de las poblaciones. Las enfermedades simplemente evolucionaron y la mayoría de las veces hacia más gravedad.
Hoy, las enfermedades más graves no son enfermedades microbianas epidémicas, sino enfermedades individuales no microbianas. Actualmente tenemos bastantes conocimientos como para entender que el microbio no es el responsable de nuestras enfermedades y que el origen y el sentido de nuestros sufrimientos deben ser encontrados en otro lugar, quizás justamente en nuestra errónea visión del mundo. Es más, y hablaré de eso mas tarde, el microbio puede ser considerado hoy como participante en las fases de reparación, curación y evolución, cuando reaccionamos a ciertos conflictos particulares.
Parte V
Volvamos a Pasteur y a su tercer dogma, el del contagio. Este asegura que entre dos individuos en contacto habrá transmisión sistemática del microbio si una de las personas es portadora de este microbio o bien está enferma. Y así, pues, es la enfermedad la que se transmite sistemáticamente de un individuo al otro. Verdad: hay sistemáticamente transmisión, intercambio de microbios. Falso: no hay sistemáticamente transmisión de la enfermedad. Pudimos comprobar en las peores epidemias que la mayor parte de la población sobrevive.
Y, finalmente, el problema de los dogmas pasteurianos −y de las aplicaciones prácticas que emanaron de ellos− es que se interesó exclusivamente en los que murieron y en absoluto en los que sobrevivieron y en las razones de su supervivencia. Ahora bien, esta supervivencia ocurre en el contexto dramático de una fogarada epidémica; supervivencia de personas como el personal sanitario que han tenido contactos muy íntimos con los enfermos. Esta supervivencia muestra que el contagio no es sistemáticamente mortal.
Un microbio va activar el mismo tipo de síntomas, de trastornos -ya esté considerado como negativo o positivo en la vivencia de la persona- solo si el «terreno» de esta persona es receptivo. Lo que nos ocupa es interpretar la causa profunda de esta receptividad. Con otra mirada, hoy diríamos que si nuestro organismo necesita el microbio −necesidad de la enfermedad microbiana para atravesar una etapa, resolver un conflicto− entonces el microbio es acogido y el sistema inmune le permitirá entrar en acción.
Por lo tanto, un primer aspecto a tener en cuenta es la íntima relación de un hombre con su tiempo; la de Pasteur, con el siglo XIX, contexto este, escenario, en el cual va a definir e imponer su percepción del mundo microbiano. El otro aspecto que querría exponer rápidamente, ligado estrechamente al anterior, es el de la personalidad psicológica y biológica de Louis Pasteur. He precisado que se trataba de un hombre excesivamente ambicioso, un patriota, al cual podríamos calificar de revanchista; un sabio, mientras que es reconocido hoy en día que expolió a los científicos de su tiempo reivindicando la paternidad de sus descubrimientos.
Pero lo que me parece más importante todavía, porque esto no se revela jamás, es que Louis Pasteur era un hombre enfermo, gravemente enfermo, ya que desde 1868, a la edad de 46 años, fue fulminado por un ataque de hemiplejía que paralizó todo su lado izquierdo. A partir de entonces sería un hombre muy disminuido e inválido. Lo que se debe entender bien es que fue solamente nueve años más tarde, en 1877, a la edad de 55 años (Pasteur, por tanto, era hemipléjico desde hacía nueve años), cuando emprende sus investigaciones sobre las enfermedades microbianas. Empezó trabajando sobre las enfermedades de los gusanos de seda, de hecho recuperó los descubrimientos realizados/conseguidos anteriormente por Béchamp.
Pero lo que querría subrayar aquí es que en 1885, a la edad de 63 años, es entonces un hombre muy disminuido, usado y cansado. No vacilaba en inyectar médulas espinales de conejos muertos de la rabia −virus extremadamente virulento− a niños. Niños en buena salud a los que pretendía, así, proteger contra la rabia. No podemos saber hoy con exactitud cuántos niños, cuántas personas murieron tras estas inyecciones. Pasteur, paralizado, inocula una enfermedad paralizadora, lo que podría constituir hoy un cargo de acusación por homicidio muy grave. Por cierto, hubo denuncias por parte de padres de niños muertos, pero fueron reprimidas.
Lo que se debe saber también es: tener como base dos casos, dos niños que llegaron a ser célebres porque sobrevivieron ¡no a la rabia sino a las inyecciones de Louis Pasteur!, es tener como base dos experimentos y sin ningún fundamento científico serio con los que Louis Pasteur crearía la primera multinacional de la historia para fabricar sus vacunas y promover la vacunación generalizada contra la rabia y muy rápidamente contra otras enfermedades.
Parte VI
Es evidente que todos estos hechos históricos −les recuerdo, pues, que hubo unas inculpaciones en la época pero Pasteur era entonces un hombre protegido por los poderosos− quedaron ocultados por mucho tiempo −y lo son todavía− en gran parte por el hecho de que, entre tanto, Pasteur pasó a ser la imagen de un lobby financiero muy poderoso, el lobby “vacunalista”, que reporta fortunas colosales. Es, pues, muy difícil poner en duda la imagen carismática del fundador. Se acabó la gallina de los huevos de oro.
Hasta ahora soy perfectamente consciente de haber tenido una actitud digamos negativa, esencialmente negativa e iconoclasta. Iconoclasta puesto que se permite el lujo de atreverse a poner en duda las imágenes sagradas, las imágenes santas, una actitud blasfematoria en el pleno sentido de la palabra. Porque aquí nos encontramos, de hecho, en presencia de una iconolatría, que se explica en gran parte por el hecho de que Pasteur representa una imagen de marca de un grupo financiero poderoso y, por tanto, intocable. Y aunque se puede comprender cómo y por qué un lobby como el de los vacunadores mantiene la ley del silencio sobre la verdad histórica y científica acerca de la vida y la obra de Pasteur, los detractores y los iconoclastas, en cambio, tienen que justificarse de su actitud.
Esta actitud, la mía, no está ligada, por cierto, a cualquiera de los intereses financieros −contrariamente a la de los promotores de la vacunación a ultranza−. No obstante, es siempre delicado descomponer un lindo edificio sin justificarse y, sobre todo, sin promesa de una reconstrucción. El replanteamiento de los conceptos de Pasteur y de las aplicaciones prácticas que emanaron de ellos, desde hace más de cien años, se justifica porque ni unos ni otros trajeron los resultados previstos. Existen todavía algunas enfermedades infecciosas contra las cuales tenemos cada vez menos respuestas en términos de respuestas clásicas; por ejemplo con el dramático problema de las resistencias en antibioterapia y el hecho de que no se logre, que ya no alcancemos a concebir vacunas contra enfermedades muy actuales y muy graves como las hepatitis virales y el sida.
Por otra parte, las patologías evolucionaron hacia enfermedades no microbianas como todos los trastornos psíquicos −la depresión, por ejemplo−, todas las formas de cáncer en plena expansión, todos los trastornos, las enfermedades autoinmunes o las enfermedades endocrinas. Todas estas enfermedades no son microbianas. En cambio, podemos encontrar sus orígenes en nuestros modos de vida, en la manera en que concebimos nuestras vidas y nuestra relación con el mundo, y estas enfermedades, especialmente, podrían ser el resultado, en gran parte, del sobrevacunamiento.
Por lo tanto, primera constatación: las teorías de Pasteur, que se plasmaron en la vacunología moderna, no funcionan. Vacunamos con toda la fuerza a niños cada vez más jóvenes contra un número siempre más grande de enfermedades. Y, sin embargo, podemos considerar que estamos, por lo menos, tan enfermos como en el siglo de Pasteur, aunque las enfermedades sean diferentes. Y en los casos en que las epidemias retrocedieron debemos considerar que este retroceso no estuvo ligado a las vacunas, sino más bien a la higiene, a una mejor alimentación, a la desaparición de los conflictos colectivos. Así pues, una cierta seguridad y estabilidad social fue lo que hizo retroceder la incidencia de las enfermedades infecciosas.
Quiero hablar aquí de las enfermedades infecciosas clásicas. Porque en cuanto a aquellas a las que tememos más hoy en día en las sociedades modernas, las más graves, cuya incidencia es la más dramática, y bien, éstas no son enfermedades de contagio directo. No son epidémicas, se transmiten por la sangre o por vía sexual. Hablamos pues de enfermedades de transmisión sexual. Entonces si esto no funciona, es probable que tuvieramos una percepción errónea de nuestra relación al mundo, de nuestra relación con el mundo exterior, con la naturaleza, con el mundo animal y particularmente con el mundo microbiano.
Un primer aspecto consistirá en redefinir correctamente esta relación a la luz de los descubrimientos de la inmunología moderna, una disciplina que, les recuerdo, no existía en el tiempo de Pasteur.
Después, desde luego, de manera correlativa, deberemos revisar nuestra percepción, nuestra interpretación del sistema inmune, que pertenece, de hecho, a un conjunto constituido por el sistema nervioso, el sistema endocrino, el sistema inmune y el sistema bacteriano; cuádruple sistema regulador cuya vocación es permitirnos la mejor adaptación posible al momento de las confrontaciones con el mundo exterior. En esta revaluación de nuestra visión del mundo deberemos decidir si el sistema inmune es o no es sistemáticamente agresivo, destructor hacia los microorganismos, como lo pretende la inmunología clásica.
El tercer aspecto consistiría en analizar todos nuestros conocimientos actuales concernientes a la eficacia de las vacunas y sus efectos secundarios; efectos secundarios a corto plazo y, sobre todo, a medio y largo plazo, ya que hoy tenemos la perspectiva necesaria para hacer esta estimación.
Y, por último, cuarto punto: considerar estas nuevas teorías que emergieron recientemente y que nos dicen que cada una de nuestras enfermedades corresponde a un conflicto; un conflicto más bien de naturaleza psico-emocional, una dificultad existencial, un sufrimiento adaptativo y evolutivo a los cuales finalmente aportamos una respuesta enfermando. Y en el curso de estas enfermedades −ligado, pues, a penosas situaciones psicológicas y afectivas− el microbio no necesariamente intervendría como un enemigo que saca provecho de la situación, sino como un aliado en un proceso de limpieza, de restauración, de adaptación, incluso de reprogramación de nuestra herencia genética con el fin de aportar una nueva respuesta a una nueva situación.
Parte VII
Se hace forzoso profundizar en estos cuatro puntos, es decir:
- Revisar cuáles pueden ser la naturaleza y las funciones de los microbios;
- Revisar cuáles pueden ser la naturaleza y las funciones del sistema inmune;
- Ver si nuestra experiencia de más de un siglo no mostró que la sobrevacunacion es una verdadera catástrofe ecológica que llevó a una profunda degradación del medio interior y particularmente del sistema inmune. Una degradación que sería el origen de muchos de nuestros problemas actuales, de nuestra deficiencia para responder correctamente a las cuestiones que nos son planteadas por el medio ambiente;
- Y, por fin, último punto, estudiar a fondo estas nuevas teorías, las evocadas anteriormente, es decir, la relación de una enfermedad muy precisa con un conflicto muy preciso. Pero también el enfoque trans-generacional, la psico-genealogía, que es muy apasionante, muy rica en el plano terapéutico, y que nos dice que nuestras dificultades y nuestras enfermedades actuales pueden ser la consecuencia de situaciones que han precedido nuestro nacimiento y por las cuales pagamos hoy los cristales rotos. Desde luego, no tengo ,en absoluto, la posibilidad de profundizar aquí en cada uno de estos puntos. En la obra Pour en finir avec Pasteur se pueden encontrar expuestos y ampliamente desarrollados cada uno de ellos. Otra parte emana de las investigaciones que perseguí y de mi práctica desde la salida de este libro.
Parte VIII
Querría simplemente hablar aquí de algunos aspectos muy precisos y, en lo que concierne a los microbios, exponer ciertos puntos particulares de la biología de los virus. Por cierto, para la mayoría de nosotros el virus es un ser un poquito misterioso, al límite de lo vivo, puesto que no tiene metabolismo y que se reproduce duplicándose dentro de una célula. Tenemos la costumbre de considerarlo, de toda formas, como algo peligroso, disparador de enfermedades, de enfermedades insensatas.; bastaría encontrar un virus para enfermar; pero, en relaidad, querría mostrar que esta visión es evidentemente errónea.
Ante todo, cuando se observa un virus, uno se da cuenta de que este se presenta como una información en una cápsula proteica. Esta cápsula es como la envoltura que protege la información y dentro de esta envoltura la información misma presenta el aspecto de una pequeña brizna de ADN o de ARN. Lo que es particularmente asombroso e inquietante es la analogía de estos virus –especies de nómadas, de informaciones que circulan− analogía, pues, con los genes que constituyen nuestros cromosomas, es decir, los soportes de información presentes en cada una de nuestras diez mil millones de células y gracias a las cuales sintetizamos las proteínas que hacen funcionar nuestro metabolismo. Esta analogía supone intercambios. El virus, susceptible de volverse gen, el gen susceptible de volverse virus, y efectivamente es lo que se comprueba.
Cada segundo estamos en contacto con microbios, y particularmente con virus, en las interfaces entre el mundo exterior y el mundo interior, es decir, al nivel de las mucosas, y cabe constatar que no nos enfermamos sistemáticamente cuando estamos confrontados con ciertas epidemias temporales de tipo gripe −en cuyo caso una buena parte de la población se las arregla muy bien−. Esto ya lo subrayamos, pero lo más asombroso, finalmente, es considerar que esta información viral podría ser algo que necesitamos para salir de una crisis existencial, para sobrepasar un conflicto, para limpiarnos después de una intoxicación; y que el microbio en general, el virus en particular, podría intervenir por vía de una enfermedad (dicha infección iría acompañada por inflamación, por fiebre, por eliminación catarral), como un aliado que vendría a ayudarnos a pasar este obstáculo y sobrepasar esta crisis. Esta ayuda podría consistir particularmente en el hecho de que un virus −teniendo estos una capacidad evolutiva extraordinaria por mutaciones− podría traer un nuevo ADN o un nuevo ARN, una nueva información genética que no poseemos en nuestro genoma y que nos permitiría ir por delante, evolucionar.
Es aquí, por cierto, donde debemos tratar el segundo punto, esto es, el papel del sistema inmune, entendiéndose que se comprueba y es inquietante que en casos muy numerosos el sistema inmune facilita, autoriza la entrada, el paso del virus en el medio interior. Su circulación a este medio interior y luego su acceso a las células y al ADN. Ahora bien, esta facilitación de la circulación del virus está guiada hacia ciertas células donde se producirá la réplica de la información; todo este proceso complejo no puede ser considerado sistemáticamente como una deficiencia del sistema inmune, de hecho, es una función normal.
Parte IX
Por eso digo que el sistema inmune no es esencialmente un sistema de defensa, sino más bien un sistema de comunicación, lo que significa, entre otras cosas, ya que se trata aquí de fenómenos excesivamente complejos, que cuando un microbio, un virus, se presenta al nivel de las mucosas va a ser calculado, evaluado, controlado por el sistema inmune. Si su presencia es considerada inútil, será simplemente mantenido en la periferia, por fuera, impedido para duplicarse, aunque la información que representa sea sistemáticamente memorizada. Si, por el contrario, se revela potencialmente útil −estando en la fase que atraviesa actualmente el individuo o en el futuro− la información será acogida, descifrada, transmitida, igualmente memorizada particularmente en forma de gen, pero podrá también ser ampliada y autorizada para expresar su mensaje bajo la forma de una enfermedad reparadora, necesaria, pues.
Desde luego, hago referencia aquí a un sistema inmune competente y competitivo, lo cual no sucede cuando un cierto número de acontecimientos negativos y perturbadores se produjeron en la infancia, momento en el que este sistema inmune se desarrolla y adquiere su madurez. Y entre estos acontecimientos perturbadores que pueden destrozar de por vida la competencia del sistema inmune encontramos la sobrevacunación infantil.
Parte X
Para volver al caso donde un virus es considerado útil, útil para la curación, para la evolución de un individuo en el momento t de su biografía: a partir de aquel momento sugerí que al sistema inmune lo iba a dejar expresarse, controlándolo al mismo tiempo. Controlarlo significa dejarlo hacer lo que tiene que hacer, ni más ni menos, luego, interrumpir el proceso tan pronto como el resultado está alcanzado. Esto da a entender claramente, e insisto sobre eso, que la enfermedad es útil en la maduración y la evolución de un individuo, útil para hacerle atravesar ciertos cabos, como lo comprobamos con las enfermedades infantiles. Pero para esto es necesario que todo el sistema adaptativo, nervioso, endocrino, inmune y bacteriano, sea operacional; que el individuo en cuestión, por tanto, no esté fuertemente desnutrido o agotado, obligado a vivir permanentemente en el estrés, la angustia y la frustración, porque todos estos factores desmoronan las capacidades reguladoras del cuádruplo sistema de adaptación y de evolución. Y porque es esencial −repito− el hecho de que la sobrevacunación sistemática al principio de la vida es uno de los factores más perniciosos de deficiencia inmunitaria.
Parte XI
Insistimos en que hace falta, ante todo, una buena higiene de vida, higiene psíquica y física, modo de vida y dietética. En primer lugar nos encontramos con el modo en que llegamos al mundo, ya que todo esto es importante para generar y mantener la competencia del sistema inmune a fin de que las respuestas proporcionadas sean correctas en las fases delicadas de la existencia, en los tiempos de evolución donde una mutación debe producirse.
Es muy evidente también que la enfermedad no es ineludible si uno se dio cuenta del origen del conflicto, si lo sobrepasó encontrando una solución práctica, la crisis que representa la enfermedad no es entonces necesaria para ir a por todas y en este caso, un sistema inmune competente mantendrá aparte el virus, no le permitirá penetrar el medio interior para duplicarse allí. Resulta, pues, que la enfermedad, bajo todas sus formas, nos permite expresar, reflejar un sufrimiento existencial. Y esta relación, este lazo entre la enfermedad y el conflicto, empieza a ser bien entendido. Es lo que se llama desciframiento biológico, el cual nos permite dar un sentido a nuestras experiencias dolorosas y acortarlas, atenuar su expresión somática e incluso evitarlas.
Y, sin embargo, frente a estos extraordinarios avances de la conciencia humana perdura la visión paranoica de Louis Pasteur, una visión que hace un peligro de cada contacto con lo que nos rodea; como si este mundo estuviese poblado de enemigos siempre preparados para atacarnos, para suprimirnos, lo que induce los comportamientos de seguridad obsesivos que prohíben o limitan fuertemente toda comunicación con el exterior. Comportamientos obsesivos colectivos cuyos efectos depravados nos cuesta mucho percibir, como la creación de enfermedades crónicas, gravísimas o desgraciadamente irreversibles. Y, por supuesto, entre estos comportamientos de seguridad está, en primer lugar, esta aberración biológica −nacida de una profunda equivocación sobre lo que es la vida− que se hace llamar vacunación.
Por citar solo uno de los aspectos aberrantes del acto vacunal: Es evidente que un niño recién nacido, durante sus primeros años de vida, es totalmente inmaduro. Esta inmadurez que podemos comprobar en su cuerpo físico existe también en su sistema nervioso, en su sistema endocrino y en su sistema inmune. ¿Qué pasa si inyectamos una información falsificada, muy compleja e incomprensible, ya que los supuestos responsables de las enfermedades han sido traficados, mezclados con coadyuvantes tóxicos y que la inyección se hace directamente en el medio interior sin ser pasada por el filtro de las mucosas? Pues bien, el sistema inmune de los niños incompetentes y confrontados con una información imposible de descodificar va a reaccionar de modo anárquico, catastrófico, lo que cual es el origen de múltiples trastornos nombrados alergias, enfermedades autoinmunes y cancerización.
Parte XII
He ahora un ejemplo que permite conciliar ambos aspectos de la enfermedad hasta aquí expuesta, es decir: primero, la enfermedad como traducción de un sufrimiento psico-emocional vivido en la soledad e inexpresado, no dicho; y, en segundo lugar, la enfermedad consecuencia de errores colectivos como la vacunación de masas.
Imaginemos a alguien que no ha sufrido ninguna agresión mayor durante su infancia; un niño deseado y esperado, después amamantado, y, sobre todo, preservado de la agresión vacunal. Esta persona se encuentra un día confrontada con una situación conflictiva, por ejemplo un divorcio, un duelo o un despido. Como sus sistemas de regulación y de adaptación funcionan bien, él va a reaccionar y a encontrar una solución, va a conservar la confianza en sí mismo y a reorientar su vida. No necesitará enfermar para atravesar esta etapa existencial, o, en el caso de que así sea, se tratará de una enfermedad benigna porque su sistema inmune controlará perfectamente la situación, es decir, el trabajo microbiano de reparación.
Ahora imaginemos a un individuo, desgraciadamente, mucho más representativo de nuestras sociedades modernas industrializadas; nacido en un lugar hípermedicalizado, bajo anestesia, no amamantado, sobrevacunado durante toda su infancia. Si confrontamos a esta persona con el mismo tipo de situación conflictiva a la edad adulta, nos encontramos con que no va a reaccionar de la misma manera, porque no tiene la posibilidad de proporcionar una respuesta correcta al problema expuesto; y tanto los trastornos que van a aparecer como el golpe de la enfermedad que va a desarrollar serán mucho más graves.
Entonces, si todo esto se revela exacto, si todos estos conocimientos acumulados en el transcurso del tiempo revelan como obsoletos a todos los dogmas pasteurianos, entonces, ¿por qué continuamos vacunando a nuestros niños? Aquí, las respuestas son un poco delicadas y hasta difíciles de admitir, aunque para mí evidentes. Recordemos una vez más que los intereses financieros en juego son considerables, un mercado mucho superior al de las armas o al de la droga. La enfermedad es infinitamente más lucrativa, para algunos, que la salud. El principio vacunal que evita plantearse las verdaderas cuestiones sobre el origen y el sentido de la enfermedad produce fortunas colosales debido a su mundialización.
Desde luego, esta potencia financiera constituye un poder, un poder político considerable, un poder basado en el miedo, un miedo cuidadosamente mantenido, cultivado, regularmente reavivado con el fin de mantener a la gente en la alienación, muy lejos de su verdadero camino. Y pienso que ya es hora de abrir los ojos para tratar de ver el mundo de otro modo, aportar respuestas más justas a las cuestiones que nos son planteadas acerca de nuestro porvenir, curarse realmente exponiéndose a estos miedos que habitan en el fondo de nosotros, aceptando enfrentarse a ellos y darse cuenta de que la vacunación forma parte de estas ilusiones infantiles a las cuales es urgente renunciar.
Parte XIII
Para finalizar, desearía señalar que no es tarea fácil tratar temas tan amplios, tan complejos, tan importantes para el futuro de la humanidad, en menos de una hora. Sin embargo, confío en que estas pocas palabras le hayan incitado a leer este libro (En finir avec Pasteur) así como, también, a abrir los ojos y el corazón; a buscar; a informarse; a procurar ponerse en contacto con una información que, aunque es de más difícil acceso –ya que, por supuesto, es ocultada (no aparece ni en el escaparate de las tiendas de prensa, ni en la sección de best-sellers de las librerías…)− , no obstante, esta información existe. Y pienso que es esencial que cada individuo adulto responsable de su vida, responsable de la vida de sus niños y, desde luego, en primer lugar los terapeutas, acepte salir del atolladero de las mentiras oficiales. Con el paso del tiempo, estos datos perturbadores, desconcertantes, se nos presentan como evidencias. Una vez integrados y asimilados revelan su coherencia y se convierten en certezas interiores.
«Gracias a ‘materialdenmg’ por haber transcrito esta conferencia en francés, por haberla traducido al español y por compartir estos conocimientos fundamentales para comprender mejor la indiscutible 4ª Ley Natural Biológica de la Nueva Medicina Germánica, ´El Sistema Ontogenético de los Microbios`. Aprecio mucho su labor en la búsqueda del bien común, su honestidad y transparencia. Formulo mis deseos de éxito para los organizadores, ponentes, colaboradores y participantes de su nueva formación online. Saludos cordiales para todos».
–Dr. ERIC ANCELET
Médico veterinario homeópata de acuerdo a las 5 Leyes Biológicas de la Naturaleza, autor de ‘Pour en finir avec Pasteur: un siècle de mystification scientifique‘.-
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